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PIERO

Narrativa

RELAJACIÓN

RELAJACIÓN

 

 

Cómo no recordar aquella agua estable. Aquella falta de bravura, aquel pulso sin olfato por cambiar. La ensenada era como una paellera donde el aceite resbalaba y resbalaba hasta llenar el fondo de clavos abotargados. Esos malditos abotargados que habían olvidado su función, su hora. Se desperezaban por hacer algo cuando en realidad su ritmo cardíaco se había ido a tomar un helado. Uno de esos de tres bolas que parecen dieciséis, de innumerables colores, de insufribles sabores para un paladar que abre la boca ante el arco iris como si fuera la primera vez que lo viera. Y en esas el agua les recordaba que estaban de vacaciones, de vacaciones inventadas por otros pero a las que les gustaban pensar que habían elegido ellos. Así dormían placidamente, sin queja alguna, sintiéndose los más afortunados del planeta porque sólo con buscar a algún conocido con menos suerte, su sonrisa se desplegaba como el segundo sabor del helado cuando se coge un capazo imprevisto. Y a pesar de todo, daba igual con quién hablar, siempre estaba el agua que daba argumentos para subrayar lo bien que estaban. Lo que esas bolas de helado contaban era la sumisión del mundo a sus antojos, la gobernación del agua que los rodeaba. La calmada sensación humana de que a veces el mar se pone a su voluntad. Lo que más les relajaba era pensar que dominaban el mundo, y el mar, siendo su hijo, no iba a saltarse a la generación que había generado aquello.

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ALBOROZO

ALBOROZO

  

   Que siga, que continúe esta ristra de sonrisas desencajadas, estos pulsos inesperadamente flácidos. Benditas sean las risas flojas, también las tontas, que son hijas del alcohol, primas hermanas de la estupidez con que el hombre se pavoneaba en los bares. Corra el alcohol, la jarana, el esperpento. Viva Valle-Inclán. Cómo mola mentarlo. Seguro que ahora me invitan a otra ronda. Que sea de pacharán. Es lo que beben los hombres divertidos, los que siempre tienen una frase graciosa para el nuevo. Los que siempre saben reírse de lo patosos que son con sus cosas porque nadie sabe lo que se cuece en sus casas. Pero hoy eso no toca, hoy hay alegría asegurada, lo dijo el del tiempo. Y al del tiempo no se le lleva la contraria o tu justificación para no tener televisión te llevará al cadalso. Pero si ya no hay cadalsos. Eso, eso, hazte el sabiondo. Y si les da por hacerlo reaparecer. Buenos son una cuadrilla de borrachos sin nada más que hacer. La fuerza del conjunto, del grito ingenioso, del tópico conservado en formol; sí, otro alcohol. Olvida tus saberes, bebe y adquiere la sabiduría popular, la del libre alborozo. La del genial esbozo de que el que ríe, vive dos veces. Ya pensará otro. Y si sobra otra copa se la das a cualquiera que se llame Valle-Inclán. Y dile que ya no queda absenta, se la acabaron en la última guerra los carcamales de la tristeza. Fueron cayendo uno a uno, como Unamuno. Viva el alcohol, mi capitán. Viva su tía, por no mentar a su sobrina.

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MUTILACIONES VOLUNTARIAS

MUTILACIONES VOLUNTARIAS

 La foto es de Ricardo Menor. http://www.fotonatura.org/galerias/fotos/255376/

 

  

    Mírate. Desde que tu padre te dejo de apoyar, tu pelo también te abandono. Cosas que preveías te están dejando para el arrastre. Y mira que nadie te ganaba a previsor. Ni por esas. El caso es que las arrugas nunca te han importado. Pero la oreja...¿por qué tuviste que jugártela a los bolos? Si se hubiera enterado tu padre te hubiera cantado las cuarenta. Y eso que sólo lo oirías a medias. Es igual. No escuches.

 

  ¿Y tus cejas? ¿Para qué fuiste a la peluquería? ¿No te acuerdas que las odias?  Tú, siempre haciendo lo opuesto. Entras y le sueltas al peluquero que primero te depile las cejas con cuchilla, con láser o por abrasión, pero que sea para siempre.

                       

  Hace años que ya olfateé todos los aromas posibles de los conejos, de los merengues, de las posaderas. ¿Se puede ser más chulo y a la vez más triste? Sí, tú puedes. Por una bicicleta con faro trasero diste tu napia. De basurero no te faltará trabajo, es cierto. ¿Pero te ves trabajando?

 

  Vuélvete a mirar. Sí, ahora que no llevas el parche. Sí, patán. Diste un ojo por un besugo. Ni ellos dan tanta grima al mirarlos. No sigo que me embalo. Da gracias a que la niebla me empaña.

 

  La próxima vez que te vayas a mutilar, pide que el cristal no tenga fondo. Como tu ignorancia.

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¿SOBREDOSIS?

¿SOBREDOSIS?

La foto es de Minno. http://www.fotocommunity.es/pc/account/myprofile/1096568

 

 

 

 

  Morí de sobredosis. Ni siquiera lo esperaba. El exceso de información bloqueó mi capacidad de asimilar. No podía digerir ni un detalle más. El bazo era el mío, las orejas también. Pero, ¿mi alma?

 

  Quien enfila por una calle cuesta abajo se suele perder si va sin freno. En esas estaba. Elucubrando sobre los posibles atajos para no llegar con tanto retraso al especialista. Magnífica palabra. Al repetirla en voz alta, uno se relaja. ¿Cómo estás Matías? Un poco tocado, la verdad. Pero ahora voy al especialista. Ah, bueno. Entonces estás en buenas manos. Eso quería yo, buenas manos.

 

  El mosqueo al entrar en una consulta y no saber cómo se va a salir tiene un efecto laxante maravilloso. El gasto en papel higiénico debe de ser desbordante. En esas disquisiciones estaba cuando me llamaron al despacho del especialista. La especialista, en este caso. Caminando por el pasillo, me iba diciendo a mí mismo. Ni se te ocurra decirle, Buenas tardes, especialista. Tu risa nunca estaría a la altura de su mosqueo. Y una especialista mosqueada, se muere de sabionditis. Ves, eso sí que se lo podría preguntar. ¿Qué porcentaje de especialistas mueren de sabionditis?

 

  Allí estaba mi mente, refugiándose en sus tonterías para expulsar a sus nervios. ¿O acaso las mentes no tienen nervios? Sí, claro, los dendríticos. En eso era especialista, perdón por la insistencia.

 

 --¿Cómo se encuentra?-me dijo la...ustedes ya saben.

 --En manos de la especialista. Y necesito que sean buenas-le respondí sin reflexionar, como no haría un especialista.

--¿Qué tal el bazo?

--Hace tiempo que no sé nada de él. Si no habla, señal de que sigue bien. Como mi suegra.

--¿Y de acidez?

 

Me había pillado, claro, era especialista.

 

--No me quejo.

--¿Y de orejas?

--Aún menos, mire.

--No querría preocuparle demasiado. Pero, ¿y de alma?

 

Ahora supe que era una auténtica especialista.

 

--De eso hay días que subsisto, pero otros siento que es un fardo. Un fardo de paja que cuando lloro se vuelve muy pesado. Como el saco de patatas.

--No quiero ser alarmista, sólo soy especialista.

 

Sabía que lo diría, tenía mirada de petulante.

 

--Diga, diga. Para eso he venido.

--No le convienen mucho las emociones. Cuando registramos un exceso de emotividad, nuestra alma adquiere sobrepeso. Como nuestro cuerpo.

--¿Me está tomando el pelo?

--Ni por asomo. En condiciones normales, pesa 21 gramos. En momentos de gran intensidad, por ejemplo hace cinco minutos, cuando estaba en el baño.

 

No, si va a hacer honor a su nombre...

 

--¿Cómo sabe que estaba ahí?

--Me lo dijo el enfermero. No se distraiga. Si su alma sobrepasa los 30 gramos, moriría, no hay cuerpo que pueda asimilarlo.

--No lo dirá en serio.

--No le digo más. Soy especialista.

 

Me levanté rebotado, sin pagarle, ni despedirme, ni...

 

Caminé por la acera buscando un compás que relajara mi pulso. Y encontré un papel con una historia. La historia del último párrafo.

 

 -- Sobredosis-le dijo a mi mujer el forense.

 

 

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DIÁLOGO UNITARIO

DIÁLOGO UNITARIO

 

 

 

--¿Usted dirá?

--¿Y ese trato?

--¿Cuál?

--El de tratarme de usted.

--Lo veo muy distante.

--Que sea una estructura mental no significa que viva tan lejos.

--A que distancia, no lo sé. No puedo calcularla. Pero estamos tan lejanos.

--Me temo que su condición emocional le traiciona. Somos un mismo yo. Conformamos a la persona. Sin uno de los dos no sería posible.

--Puede ser. Pero se me hace muy difícil la convivencia con usted. Usted es más inteligente. Me supera, por momentos me desborda, y no deja margen tras las eternas discusiones,  a rectificar. Su razón aplasta al corazón.

--Ya empezamos con los dichos, además en rima interna barata.

--Y usted con su suficiencia.

--Perdone, usted empezó tratándome de usted. Así que no hablemos de suficiencias.

--Eso es lo que me gustaría tener, suficiencias. Siendo pasional no logro controlar al sentimiento. Se desboca sin remedio. Se deshace de las riendas y corre tantos peligros innecesarios.

--¿Qué le ha ocurrido cuando se desboca?

--Nada, aparte de vivir.

--Ve como no es tan malo desbocarse.

--Perdón, ¿oigo bien? Lo racional me está incitando a desbocarme.

--No, me muero sólo de pensarlo. Simplemente trato de ceder un poco para poder convivir mejor. Cuando la convivencia se asemeje a un matrimonio ya volveremos a discutir. Pero mientras tanto intentemos llevarnos mejor, pongámonos en la posición del otro.

--Me parece que hoy ha bebido usted. Lo pinta todo tan bonito. Vamos, como usted, tan teórico.

--Sólo desde la teoría podremos ser prácticos. No ve como sufre el que teclea. Se deshace por encontrar el camino. Lo busca fríamente como si estuviera delante de un mapa de carreteras. Y cuando lo ha memorizado, se lanza en busca de cambios repentinos de destino. Para llegar, ¿adónde?

--Sólo puedo decir que tienes razón. Tenemos que enderezar al que escribe.

--Por el momento vamos por buen camino, acabas de tutearme.

--Gracias a ti por hacerme ver que juntos hacemos una unidad. Espero que su escritura lo refleje.

--Estaba pensando, ¿y si ya lo ha hecho?

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HERMANOS HONGOS HERMAFRODITAS

HERMANOS HONGOS HERMAFRODITAS

 

 

 

 

     Cada año en verano Zaragoza se hermana con las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

 

     Como cada año en verano, Tomás se deshizo de Bob para rastrear las huellas de su hermano Mateo. Subía como la nube de un hongo la probabilidad de que sucediese con el calor. Mateo no encontró a su hermano Tomás. Al aterrizar septiembre, Bob ladró al reconocer a la vuelta de una nube a Mateo.

 

   Cada año en verano Zaragoza se hermana con las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

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MIEDO

MIEDO

 

  La revista literaria trimestral Narrativas ha incluido en el número 14, Julio-Septiembre 2009, el relato Miedo. Narrativas es una revista digital que se define como modesta. Los que se acerquen a ella podrán comprobar que también casan con calidad. En el actual número, en la página 100, Miedo; en el resto del ejemplar, la calidad.

http://www.revistanarrativas.com

Y este es el sumario del número 14:

● Ensayo

“Lo anterior” de Cristina Rivera Garza: novela como inquisición ficcionalizada, por Carmen Dolores Carrillo Juárez
Revisiones a las narraciones históricas mexicanas en “Duerme” (1994) e “Isabel” (2000) de Carmen Boullosa, por Rosana Blanco-Cano
La destrucción del idilio en la novela “El padre de Blancanieves” de Belén Gopegui: tiempo y espacio en el idilio moderno, por Nerea Marco Reus
Los errores históricos de “Ivanhoe”, por Enrique García Díaz
Simbología animal en “La Celestina”, por Adrián Flor Martínez

 

Relatos

Adrianes y tristezas, por Ana Pérez Cañamares
Batir de alas, por Rosa Lozano Durán
El crimen, por Rosa Silverio
Dos Microrrelatos, por Adolfo Marchena/Luis Amézaga
El octavo día, por Jennifer Díaz Ruiz
Sombras chinas, por Horacio Lobos Luna
Malo, por Paul Medrano
Los días de ayer, por María Aixa Sanz
Film, por Luis Emel Topogenario
Menos los martes, por Arnoldo Rosas
Aurora de fuego, por Carlos Montuenga
Presentimiento, por Julio Blanco García
Tres cuentos donde aparece Dios, por Ricardo Bernal
Los libros y la noche, por Gabriel Urbina
Un fusil en la hojarasca, por Óscar Bribián
¡A escena, actores!, por Rolando Revagliatti
Crisis de fe, por Marc R. Soto
El éxodo final, por Sara Martínez
Estados opresivos, por Emilio Jio Gil
La pequeña, por Laura López Alfranca
Las casas se nos abrieron, por Carlos Santi
Miedo, por Pedro Bosqued
El puntal de la vida, por José María Morales
Dios es un trompetista negro, por José Antonio Lozano
Macedonia de frutas, por Marina Cano
En busca de la luz, por Blanca del Cerro
El asesino, por Pepe Pereza
La extraña, por Sergio Borao Llop
Constelaciones, por Ramiro Sanchiz
Correspondencia nicaragüense (II), por Berenice Noir
El desquite, por John Cuéllar
Monólogo de un mitómano, por Manuel Fons
Romance de dos vidas en puntos suspensivos, por Héctor Sánchez Minguillán
Amazonia, por Camilo Pequeño Silva
  

● Narradores

Miguel Mena

  

● Reseñas

“Anónimos” de Miguel Sanfeliu, por Rodolfo Notivol
“Stradivarius Rex” de Román Piña, por Carlos Manzano
“Los depravados príncipes de la vieja corte” de Mateiu E. Caragiale, por Pablo Lorente Muñoz
“Haz de luz” de Adriana Serlik, por Antonia de J. Corrales
“Balada de la guerra hermosa” de Eugenio Suárez-Galbán Guerra, por Gilmar Simoes
“Mirar al agua” de Javier Sáez de Ibarra, por Pablo Lorente Muñoz
“En días idénticos a nubes” de Ana Pérez Cañamares, por Carlos Manzano
“Mapa mudo” de Hilario J. Rodríguez, por Miguel Sanfeliu
“Papeles dispersos” de Carlos Castán, por Luis Borrás
“Yo, lo superfluo y el error” de Jorge Wagensberg, por Pablo Lorente Muñoz
“Aeropuerto de Funchal” de Ignacio Martínez de Pisón, por Luis Borrás
“Cómo hablar de los libros que no se han leído” de Pierre Bayard, por Pablo Lorente Muñoz
   

Novedades editoriales

 

 

 

LAS FLORES NO VAN AL PURGATORIO

LAS FLORES NO VAN AL PURGATORIO

   

    Me cogió con cariño. Me asombró. Sus manos finas me separaron del tallo con un hasta luego. Así que mi raíz no se atrevió a decir adiós. Ni pensó que no volvería a verme.

 

   Me metió entre dos páginas de su libro. Recuerdo que en su portada había un cielo azul y un infierno rojo. Eché de menos un punto intermedio. Me sentí aspirada. Me dejó sin movimiento pero no sin vida. A partir de entonces fui compañera de su mesa, de su pantalla de ordenador, de su sofá cama. Aplastada pero con suerte, vivía en una calle hueca.

 

   Me acunó un día de lluvia en papel cebolla, en cartón en días de tormenta, hasta que un día me llevó al fotógrafo. No lo vi, pero un haz vertical de luz me deslumbró medio segundo. Cuando recuperé la vista me reconocí en el monitor, no estaba segura de que esa fuera mi fisonomía pero sí de que era mi espíritu.

                       

   Supe que algo especial iba a ocurrir. El mejor de los soportes sería para mí. En cartón satinado. Impermeable a las palabras estúpidas que tendría que oírse la autora, sabía que viviría junto a ella muchas cosas. Que si me había elegido para ser su tarjeta de visita, mi traje de rojo satén sería ese satinado que acompañaba su nombre. Me imaginé en muchos lugares distintos, con o sin ella. Supe desde entonces que la llevaría como una madre lleva a su hija.

 

   Entregó a su madre su alfabeto. Cuando hubo leído el título, me miró y esbozó una sonrisa. Cuando una hija muestra su fruto a una madre, ésta sabe que el tiempo se dilata. Que aunque alguna se vaya, su espíritu permanecerá un poco más.

 

   Me puso boca abajo; puede que por pudor, seguro que para no estar expuesta al deterioro. Mi lugar de reposo fue una madera cálida, acostumbrada a servir de descanso a objetos apreciados. Aquella cómoda, sabía por experiencia que todo lo que estuviera sobre ella era importante para la madre.

 

   Lo confirmé al oírlas.

 

--Me gusta tu portada --dijo la madre.

--¿Por qué? --preguntó la hija sorprendida.

--Es atemporal -contestó -no se sabe si está viva o muerta, si irá al cielo o al infierno.

-- ¡Mama, que cosas tienes! Irá al purgatorio, te lo digo yo. No ves que he vivido bastante tiempo con ella.

--Hija, que hayas compartido buena parte de su vida, no significa que lo sepas todo de ella. Las flores no saben lo que es el purgatorio, y menos el cielo y el infierno. Son inocentes, por eso van siempre al limbo.

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TRANCO MEDITATIVO

TRANCO MEDITATIVO

 

 

 

   Lo había oído tantas veces. No es fácil coger el punto exacto. Se puede medir con el codo. Pero depende de cada piel. Es más relativo de lo que parece. El agua caliente en recipiente pequeño es muy traicionera. Paciencia, una gasa, esparadrapo y aquí no ha pasado nada.

                     

   Lo pensé cuando caminaba rodeado de gente aquella tarde en la Gran Vía. Es lo bueno de las calles infestadas de peatones. Te permite sentir que no estás sólo. En realidad es una marea que no te deja en ningún puerto, te lleva y la inercia es la que al final te coloca. Por eso en muchas de las cafeterías de esa calle se ve a gente varada. Es fácil reconocerles. Se les ve en la mirada. Van solos. Observan al resto y en sus ojos no pueden esconder la pregunta. ¿Y a usted también la marea le ha dejado aquí? ¿A qué no es fácil andar por la Gran Vía?

                       

  El café te tranquiliza, vuelves a pensar que eres normal. Asemejarnos a los demás nos relaja. Volvemos a pensar en todo eso de que el sentirnos partícipes de una comunidad es lo mejor de vivir en una ciudad. Y a la venerada ciudad me volví a echar. Comencé a observar a la gente con más detenimiento. Pero como mirar a los ojos en la ciudad se considera agresivo, cambié de foco. Me fijé en sus codos. Sí, esa parte tan olvidada que cuando le sucede algo tenemos que girar nuestro brazo para verla. Y empecé a calcular, por seguir sintiéndome parte de la comunidad, cuántos de los viandantes se habrían quemado al alba. Y lo peor, quienes de ellos a pesar de socarrarse no se habrían protegido la herida. Porque las prisas nos obligan muchas veces a dejar las cosas a mitad. Y un codo merece toda nuestra atención, nada de la mitad. ¿Acaso el codo hace su función a medias? Bueno, sí, el que tenga el codo de tenista. Pero como esa lesión parece de risa, no la solemos tener en cuenta casi nunca.

 

  Y empecé a imaginar codos. Codos finos de mujeres de tobillos famélicos. Codos rechonchos de barrigas deformes. Codos callosos de manos nudosas y secas. Codos arrugados de sienes plateadas. Sí, un buen catálogo de tipos de codos. Sería una buena novedad en las librerías científicas. Los codos mejor cuidados recibirían de la asociación de dermatólogos un premio sencillo. Una chaqueta con coderas y a correr. ¿Por la Gran Vía? Sí, porque no. Pero no hace falta trotar. Con un tranco largo, el codo se menea demasiado.

 

  El sonido rotundo del claxón me invadió. Vi un paso de cebra desierto, un morro de coche blanco a medio palmo de mis rodillas y la cara de un bulldog trasladada a un taxista que levantando el sobaco me increpaba el haber invadido la calzada. Miré el semáforo, estaba rojo para mí. E instintivamente mis ojos volvieron al taxista. Sí, también estaba rojo su codo izquierdo. ¿A cuántos grados estaría el agua en su casa esta mañana?

EL FRUTO DEL ABANDONO

EL FRUTO DEL ABANDONO

 La ciudad abandonada. Fernand Khnopff.

 

  Ezequiel les enseñó la rueda. Nadie el rectángulo que conformaban aquellas fachadas. Fachadas largas de construir, penosas de subir sin elementos que las sostengan. Porque ese era el principal problema que tuvieron siempre. En una comunidad tan fría como reglada sostenerse era una práctica en desuso. Carlos iba más allá, nunca en aquel rincón protestante se habían apoyado mutuamente. Era una de esas inopinables reglas que machacaban ánimos latinos con delicada sutileza.

 

  Ni un minuto tardó Carlos en aprender como construyeron aquella ciudad. Llegaron en una mañana clara a la ensenada y al verse guarecidos supieron que era un buen sitio para formar su nueva colonia. Los protestantes en aquella época buscaban mantenerse alejados de los católicos que dominaban Europa. Las tropas de Carlos V tenían en la Liga Hanseática  su mayor espina. Y esta ciudad era el comedón del grano. El centro de pus de donde salían los peores elementos, los que amenazaban con fundamento la estabilidad del Imperio.

 

  Carlos no entendía la necesidad de aquel monolito blanco delante de la fachada. Le erizaba la piel pensar en las fachadas rematadas sin alma, con tanta sobriedad como falta de carácter poseía aquel pueblo. Aquel par de puertas sólo podían llevar al peor de los infiernos en la tierra- pensó. Así que no dudo en franquear la que quedaba a nivel del enlosado mohoso por las avenidas de la marea. La oscuridad húmeda le recordó su infancia, la falta de vida, la muerte que en cualquier momento podía acudir a su encuentro. Recordó la disposición espacial que tenía de la casa antes de entrar y buscó la puerta que diera a la calle tras descender media docena de escalones.

                       

   La encontró, salió en busca del aire y se reencontró con el monolito blanco. Principio y esencia de aquella ciudad  abandonada. Sabía que nada tenía sentido, no se deja algo que se ha creado, nunca una madre abandona a su hijo. Aquél pueblo escondía su ser, Carlos su identidad. Quien podía pensar que el emperador ni siquiera cambiará de nombre para infiltrarse en área enemiga.

 

   Fría, húmeda, mecida por el mar; nada permitía pensar que quedara un atisbo de vida en aquella bahía. El tiempo había pasado de largo, era ya atemporal en su quietud. Carlos recordó haber visto antes aquella misma plaza, y que la volvería a ver otra vez. No había tiempo en esas fachadas, ni cuerpos en sus casas, ni almas en sus ladrillos. La bruma que se adueño del atardecer le enseñó que allí donde no hay nada deambulan los fantasmas que fueron abandonados por sus coetáneos. Como la ciudad, mudo testigo de que el hombre es el único ser capaz de abandonar su creación. Carlos V de Alemania y I de España vio su Gante natal y su Yuste final como los dos pilares de un imperio condenado a ser abandonado. Aquella ciudad siempre le acompañaría... en su recuerdo.

 

                                                                                              

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MARINERO EN CIERNES

MARINERO EN CIERNES

 

 

   Me faltaban un par de palmos para que me reconocierais. Entonces estaba limitado, constreñido sin percibirlo. Tenía por bandera la ingenuidad del imberbe. La única fuente a la que podía acudir era la que manaba de la boca de mi progenitor. Recogía sus palabras en el mismo orden que me llegaban y trataba de reproducirlas fielmente en cualquier retazo de papel.

 

  Sin saberlo, mi inocencia me llevaba a ser testaferro de la voluntad ajena.  Tiempo después supe que a eso lo llamaban autómata. Menos mal que no llegué a comprenderlo en aquella época. No escribía, plasmaba en la hoja todo lo que tenía guardado en la cabeza. Zopenco de mí, evitando cualquier alteración que mi memoria provocase. Creía que si no era fiel a lo oído no tendría sentido lo escrito.

 

  Cuando el tiempo hizo su papel empecé a percibir que había más campo del previsto. Fui tras su rastro para acabar en el mar. Todavía guardaba un atisbo de inocencia, por lo que no me tuvo en cuenta que lo nombrara en masculino. Al poco comprendí porqué es femenino. La mar acoge y expulsa, gobierna sin reinar. Como el relámpago que golpea tímpanos asimilé una de las primeras variantes que el mundo ofrecía a mi panorámica limitada. Y al reposar mi mirada al fondo de ella me inicié en el inabarcable mundo de dudar. Dudar en la mar, la primera regla de lo que no se puede hacer navegando. Así es la vida externa. La interna desde entonces recurre a ella para dudar mejor.

 

  Y vaya si se adapta a sus vientos. Cuando el Mistral enfila por estribor sé que nacerá un nuevo personaje. Si el Garbí remolonea por popa ya imagino que trama cogerá cuerpo. Al llegar el Bora percibo el engaño en el que me he metido. Sólo cuando dejo de oír pantocazos sé que el Jugo me está dando el final de lo que tanto tiempo he dudado.

 

  Al principio no era mas que un pelele en mano de ellos, conforme los fui tratando pude ver los infinitos recovecos que poseen. Y entre ellos vislumbré el tamaño de mi ignorancia. Mayor siempre que mi osadía, por fortuna para mis huesos marineros. Los mismos que a medida que aprendían a vivir con la mar dejaban de tener respeto a los vientos de la tierra, el humano recalcitrante. Ese que huele a quemado sin haber prendido fuego a nada de su pasado. Al que le gusta el salmón ahumado por doble motivo. Porque nunca ha comido un pescado de altamar. Y lo que es peor, porque al gustar ese sabor enjuto, inconscientemente, está reconociendo su condición de dominado.

 

   Tenía el recuerdo de mis antecesores pero nunca más seguiría el rastro del hombre de tierra. Mi fabulación empezó a tomar formas cada vez más dúctiles y ya nunca arrié el velamen . Surqué cualquier registro con el respeto de quién sabe en que océano se encuentra para dejar en puerto a lo escrito a sabiendas de que sólo era mío. Ya todo condicionaba mi escritura, ya nadie modificaba mi orientación. Era dueño de mis historias, a veces inconscientemente, otras sabiendo lo que me jugaba. Como buen marinero no puedo ser tacaño con él, me metió en el agua de la que nunca querría salir.

 

  Le debo mucho a Hugo Pratt, pero El Corto Maltés hace tiempo que dejó de buscar en mirada ajena su destino.

 

 

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GLORIETA DOMINICAL

GLORIETA DOMINICAL

  la foto es de www.carabarber.com

  

   En esta ciudad los semáforos son de colores tenues. Son tantos que con esa tonalidad evitan estar omnipresentes. No se dan cuenta que sólo es una operación de maquillaje. Como toda ciudad caótica que se precie, para compensarlos las calles están salpicadas de coches mal estacionados. Asemeja tanto este rasgo a una ciudad italiana que dan ganas de gesticular ante el avance masivo de coches tan prepotentes como su rastro.

 

    En una terraza de glorieta transitada las conversaciones parece que se diluyan con más rapidez. No es así, al menos para los vecinos de velador. Reíamos, charlábamos, en definitiva éramos inconscientes del paso del tiempo mientras los sibilinos oyentes disfrutaban con nuestros epítetos. Sumidos en la agradable mañana que calentaba tardamos en ver aquel coche. Llevaba más tiempo del recomendable parado, estaba al filo de la multa. Quizá por ello había dos personas dentro. Tratando de evitar lo previsible desde su condición de habitantes de un mundo de lujo.

 

  No sé podía vislumbrar su personalidad, sí su condición. Sus complementos, su manera de leer revistas, nos hizo comprender que eran hijas de su tiempo. Tan dependientes de él, que todo en ellas había sido establecido antes por el mundo de la moda.  Esa moda en la que ahora no hace falta ni comunicarse, por eso creo que nos hizo reparar en ellas. Más de veinte minutos sin hablar, pasando páginas de cualquier publicación que les llevará a una situación todavía más sofisticada de la que ya tenían. Otro analgésico para una mañana a la que todavía no se habían habituado. Sus manifiestas gafas de sol las calificaba, su pelo teñido y bruñido en la peluquería las volvía mas irreales todavía.

                       

  Necesitábamos saber quien guiaba aquella nave futurista que siguiendo la moda ya se había quedado en el pasado, con el poso que dejan los que no saben que ya están detrás cuando querían ser pioneros. La escena era tan estática que necesitábamos seguir charlando para no perecer de inmovilismo. Cuando cuatro risas después giramos la cabeza el sarcófago rojo magenta había desaparecido. No sabemos quien era el enterrador que se lo llevó. Pero tuvimos la certeza de como serían las exequias.

 

  Las que tienen las que dejan que les elijan todo para no pensar nada. Mundos vacíos llenos de decoración. Embalajes recargados de voluntades vacías. Es lo que tiene este principio de siglo. Signos por todas partes en busca de algún significado.

 

  Nos levantamos en busca de él, una fachada propiedad de una compañía de seguros nos dijo lo que buscábamos. Su vidrio negro  nos anticipó un mundo feo, que busca en lo tenue reflejarse. Nuestra gesticulación era en aquel momento el único rasgo de vitalidad a tres manzanas a la redonda. La que todavía nos daba esperanzas de seguir más allá, aunque sea de tapados.

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ESPEJO INSONORO

ESPEJO INSONORO

 

 

 

  Mírate. Desde que tu padre te dejo de apoyar, tu pelo también te abandono. Cosas que preveías te están dejando para el arrastre. Y mira que nadie te ganaba a previsor. Ni por esas. El caso es que las arrugas nunca te han importado. Pero la oreja...¿por qué tuviste que jugártela a los bolos? Si se hubiera enterado tu mujer te hubiera cantado las cuarenta. Y eso que sólo lo oirías a medias. Es igual. No escuches.

 

  ¿Y tus cejas? ¿Para qué fuiste a la peluquería? ¿No te acuerdas que las odias?  Tú, siempre haciendo lo opuesto. Entras y le sueltas al peluquero que primero te depile las cejas con cuchilla, con láser o por abrasión, pero que sea para siempre.

 

  Hace años que ya olfateé todos los aromas posibles de los conejos, de los merengues, de las posaderas. ¿Se puede ser más chulo y a la vez más triste? Sí, tú puedes. Por una bicicleta con faro trasero diste tu napia. De basurero no te faltará trabajo, es cierto. ¿Pero te ves trabajando?

 

  Vuélvete a mirar. Sí, ahora que no llevas el parche. Sí, patán. Diste un ojo por un besugo. Ni ellos dan tanta grima al mirarlos. No sigo que me embalo. Da gracias a que la niebla me empaña.

 

  La próxima vez que te vayas a mutilar, pide que el cristal no tenga fondo. Como tu ignorancia.

TONO EN EL AIRE

TONO EN EL AIRE

La foto es de Pablo Embry.

 

 

  

 

   No me llegaban las piernas al suelo. No era lo principal. Ni siquiera me importaba. La butaca de terciopelo rojo me acogió con el cariño que da una abuela que ya sólo recuerda lo que es acariciar.

 

   O las lámparas colgantes, tan propias de su época. Como la que al entrar en el teatro me deslumbró. Su color noble camufló los miles de ramas que tenía aquel árbol dorado suspendido de su tierra, mi techo.

 

   Me dijeron que vería figurantes, escucharía música; pero no oiría diálogos de esos que apasionan a los adultos. Cuando dos larguiluchos se ponían a hablar a todo trapo, no encontraba manera de coger su frecuencia. Así que saber que no me hablarían desde un escenario lejano, me animó a acudir al teatro.

 

   Es danza. Me dijeron. Me gustó la sonoridad de la palabra. No sabía de qué iba, pero a mi curiosidad ya la habían despertado con ese soniquete. No se volvió a dormir nunca más después de ver a un bailarín saltar con ayuda de sus compañeros, por encima de sus cabezas. Aquel figurín desafío toda regla y quedó suspendido, antes de que yo supiera quién era Newton. Para mí, no bajó; se quedó en el aire mágico de la música. Volvió a la tierra, pero no a mi mente. Se quedó en mi interior pululando entre mis neuronas lozanas.

 

   Menos mal que los adultos son sinceros a veces y admiten que un entreacto es necesario. Poco a poco fui asimilando lo visto y comprendí que si siguiera en el aire el bailarín, estarían llenos los escenarios de piernas flotantes. Con la sensación de que me estaba volviendo mayor y serio (elijan el orden, las dos son graves), regresé a mi butaca abuela tan apolillada como necesaria. Cuando me senté, me hice un propósito. Contaré los segundos que está sin pisar tierra el figurín saltimbanqui.

 

   Me tocó esperar el cuarto de hora del que siempre hablan los adultos, tres días para nuestro cálculo infantil. Me pareció que el bailarín quedó suspendido por más de treinta segundos en el aire. Le pregunté a mi madre cuánto estuvo colgado de nuestra sorpresa. Me respondió con tono neutro, seis segundos. No reconocí la entonación de aquella adulta. Mi madre ya no me hablaba como a un niño. Aquellos seis segundos ya no me abandonan nunca. Como los seis brazos de la lámpara del hall del Principal, sólo seis.

 

ACTUALIDAD

ACTUALIDAD

 

 

 

   El canon de la SGAE. Los 40 del Príncipe. ¿Eso es mucha fiebre? Sí, la fiebre de la actualidad. ¿Qué es la actualidad? Lo que no tiene pasado ni futuro. Por esa definición no doy ni un duro. Eso sí que no es actual. Definición de la RAE: Primera acepción. Tiempo presente. ¿Te queda claro? Más que claro, presente. Como el debate. Mentira tras mentira. Gráficos de mentira. Un momento. Un gráfico es un gráfico, como el presente. Son datos científicos, no admiten la mentira. Pero son presente. Querrás decir actuales. Más sencillo, sin pasado ni futuro.

 

  Eso es lo que nos pasa. ¿El qué? Que va a ser, pues que a fuerza de ser actuales ya no sabemos de donde venimos. Qué mas da, importa el presente. ¿Y el futuro? Para las hipotecas. Eso también es actual. No, perdona; eso es eterno. Entonces no es actual. Sí, pero no; bueno como Heidi. Y las montañas, ¿no? Sí, pero, más las cabras. ¿A santo de qué? De que su precio fluctúa. ¿Y lo que fluctúa es actual? Es un timo, porqué si no te actualizas se te meriendan. Merendar, hummm eso si que es eterno. Como el placer.

 

  ¿Entonces que no es actual? Lo que no es de este momento. ¿Los muertos? Y los que están por llegar. Es muy egoísta la actualidad. No, es de ahora. Ahora entiendo, el que no es egoísta no piensa en la actualidad. Bueno, más bien es un bohemio. ¿Hay bohemios hoy en día? Difícil. ¿Y en la actualidad? Eso seguro que no. Entonces en la región checa de Bohemia, ¿nunca están al día? No, sólo beben cerveza. Por fin, la cerveza pasó de moda. No te enteras, que no sea actual no quiere decir que haya muerto. Has visto algún cementerio que cambie los cipreses por matas de cebada.

 

   Pues si que es difícil ser actual. Ni te lo imaginas, lo peor es que todos creen serlo. Si todos creen ser actuales, ¿quién piensa en el futuro? Los hijos, esos son los previsores, de quien si no iban a vivir las compañías de seguros. Ahora lo entiendo todo, las aseguradoras no son actuales porque viven de la experiencia del pasado y del miedo del futuro. Más que inactuales diría sabandijas. ¿Desde cuando un reptil no es actual? Puff, desde la lengua viperina de la serpiente del paraíso, más o menos. O sea que todo viene de la creación. Ese es el pecado de la actualidad, que se cree que no tiene pasado, así le va. Mañana será historia.

 

   Pues si que es efímera la pobre. No es pobre, sólo se volatiliza rápido. ¿No deja rastro? Se lo come la nueva actualidad. Pobre presente. No te engañes, es el que más placer tiene y da. Por eso nos gusta tanto a los humanos. Por eso nos gusta la actualidad...

 

                                                                         

 

MIEDO

MIEDO

 

 

   "Hoy en día podemos sentirnos libres, pero todos sabemos que vamos a morir, y allí tampoco ignorábamos que la muerte golpeaba: no era cuestión de diez, veinte o treinta años, sino de algunas semanas o meses. Y sin embargo, extrañamente, eso no cambiaba demasiado las cosas. El pensamiento de la muerte se reprimía, al igual que en la vida cotidiana. La muerte no figuraba en el registro de las palabras o los miedos cotidianos".

 

                                                                                                                         Primo Levi

 

 

 

 

  Olía. Los párpados cerrados. Secos ya de lágrimas. Exhaustos de mirar lo que no se ve.

No buscaba concentrarme para captar mejor aquel olor. Sólo olvidar por algún momento lo que en la oscuridad se llegaba a vislumbrar.

El olor del orín recriado que me perseguía. No imaginaba que era pasajero. Me miraba fijamente desde sus órbitas salidas de madre. Parecía clavar con su mirada el olor ácido de sus desvaríos. Creía que al salir de aquel vagón infausto acabaría mi miedo. Nunca había deseado tanto estar sólo. De hecho lo estaba, rodeado de más gente que aire quedaba en ese ataúd rodante de madera vieja. No me asustaban ni los gritos que no entendía, ni el chirriar de las ruedas en los raíles, ni la lluvia que demacraba toda esperanza para dejarla seca. Su mirada era la del asesino en capilla antes de ejecutar. Mi miedo iba a acabar. Se abrió la puerta corredera del vagón y se hizo la noche. Entró aire y se fue aquel miedo.

 

  Olía. Aquella chimenea exhalaba humo blanco. Por fin algo cándido. El humo blanco apacigua, se ve como asciende y uno piensa que así las cosas mejoran. Y la nieve, blanca compañera de mi nuevo destino me llevó a otra madera. La de un barracón con camastros impregnados con el olor del orín. Era de otro tipo, pero era el mismo. Miedo de nuevo a unos ojos inyectados de odio en otro ataúd estático de madera añeja. Eran otros ojos, de otro color y tamaño, pero transmitían el mismo horror que los anteriores. El miedo me acunó aquella noche. Mecido entre miradas mortales y orines eternos pensé que si me lavaba podría alejarme de la muerte.

 

  Olía. Ahora era yo quien desprendía aquel hedor. Así que cuando fuimos a la ducha, me relajé. Al quitarme la ropa y ver las duchas había vuelto a perder el miedo. Conforme fui deshaciéndome del olor a orín, llegó el horror de ver caer a los que me rodeaban. Orín. Olor. Miedo. Sí, también el gas. Olía.

 

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CUERDA DE VIOLA

CUERDA DE VIOLA

 

                                                LA TERCERA MANO

 

                                                                                                                                                                     A Pascal Quignard

 

 

  Marin Marais salió de su casa, en la calle Bertin Poirée, con paso descontrolado, mirar tramposo y hocico vibrante. Su boca todavía albergaba restos del venado del que había dado buena cuenta. La llamada de Palacio Real no admitía esperas, y la puntualidad no es virtud entre las personas que no han alcanzado la treintena. Esperaba hace tiempo audiencia con el Rey. Aún joven, ya sabía que los borbones, aunque no los tocaban, siempre hacían su voluntad. Para eso se dejaban acariciar por el tibio nombre de Rey Sol.

 

  Llegó ante su majestad y tras los protocolos inapreciados por el ya sudoroso Marais, le indicaron con la vista la viola de gamba que reposaba en la chimenea. La cogió sin reparar en el monarca, una viola supera todos los rangos para un músico, y tras diez minutos frenéticos se hizo el silencio. El joven, exhausto, espero algún sonido, ya no un aplauso. Veinte segundos después, un simple: “ le avisaremos” le hizo ver que podía regresar a su ya frío venado.

 

 

  Monsieur Garnier no tuvo que trotar ni sudar. Vivía cerca del Palacio Real. Entre otros motivos, porque sabía que pronto sería llamado a audiencia. Ya superada la cuarentena, no quería que una sanitaria le cogiera fuera de París el día que fuese reclamado. Atendiendo a lo recargado de palacio, olvidó postrarse ante el monarca. Éste, por no mostrar palabra, prefirió señalarle con la mirada la viola de gamba antes que observar de qué color lleva el pelo un Garnier.

 

  Ni el encontrarse tan cerca de casa, ni el tiento que da ser padre en cuatro ocasiones, evitaron que al cesar de vibrar las cuerdas de la viola comenzaran a hacerlo sus aletillas nasales. Escuchó por primera vez en su vida el ya reiterado en palacio: “ya le avisaremos”. No quería entrar en casa hasta que su nariz volviera a recuperar sus constantes vitales. Decidió tomar el aire con un paseo hasta el bosque y más allá.

 

 

   Monsieur de Sainte Colombe con paso calmo, mirada cálida y olfato sereno, caminó por el familiar empedrado callejero con mimo para no alterar su madera. Llegó con aliento plácido, y ya todo fue despacio. Se inclinó ante el monarca tras observar su retina violácea; y aunque siguió la mirada real, no pudo menos que alterar su rostro al ver una viola de gamba junto a la chimenea. Pensó y sedimentó antes de decir algo que le llevara a huir. Nunca una madera tratada debe dejarse junto a una fuente de calor.

 

  Sacó de la funda su viola de gamba. La acarició como había hecho los treinta años anteriores, y con el primer rasgado en palacio, no se escuchó ni  tos, ni estornudo de torpe, ni grito de infante consentido. Cuando ya nadie recordaba que estaban en una prueba para el puesto de músico de cámara real, descansó la cuerda, y el silencio confirmó a los presentes que lo que acababan de escuchar no era un sueño.

 

   Con la inclusión de la séptima cuerda, la viola aumentó su extensión una cuarta.  Así imita todas las cualidades más bellas de la voz, que es el único modelo para todos los instrumentos.  Al hombre que había dado semejante paso musical no se le conocía casa. En la guía de direcciones de la ciudad de París de 1692 se anunciaba a los maestros de viola. Junto al nombre de Sainte Colombe un blanco tipográfico confirma que era un desconocido para el registro civil. Aún hoy, sigue ignorado.