Foto de Paolo Carbonaio.
Trieste, estación central, jueves 20 de octubre de 1904, primeras horas de la tarde. Una imagen, fotografía de James Joyce y Nora Barnacle, muy joven. “Nada más llegar, Joyce, como ya había hecho en París, dejó a Nora en los jardines frente a la estación y se dirigió al centro de la ciudad en busca de un lugar donde pasar la noche.” (John Mc Court).
El párrafo anterior es de Claudio Magris, la manera más calmada y clara de entrar en Trieste, su ciudad natal, su ciudad pasada, su ciudad presente, la ciudad a la que ha dedicado también su tiempo para la exposición que por primera vez se muestra, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, La Trieste de Magris.
El CCCB, tras enseñar el Dublín de Joyce, la Lisboa de Pessoa, la Praga de Kafka y el Buenos Aires de Borges, acoge por fin a un escritor vivo. Y así lo demuestra que el propio Magris junto al realizador y músico italiano Giorgio Pressburger hayan organizado una de las muestras visuales más acogedoras. Diecisiete espacios en el recorrido para probar con los cinco sentidos que es Trieste. El tacto de las piedras del Carso, la roca que despide a la ciudad cuando muere en el Adriático; el gusto del café San Marco, donde un retrato de Magris indica la mesa de la esquina donde el autor pasa más de una tarde escribiendo sobre su mármol, como muestran los manuscritos de la recreación del café; el oído con el viento Bora, que bajando de los vecinos Alpes Julianos voltea a los triestinos si no se agarran a las cuerdas que el ayuntamiento pone los días en que ha alcanzado los 150 km/h; el olfato de El Danubio (Anagrama) en sus manuscritos con los esquemas de colores que muestran los distintos niveles de escritura, el ensayo que recorre las culturas centroeuropeas a través del olor de Magris; y la vista de la librería Antiquaria Umberto Saba, que durante 40 años dirigió el poeta triestino.
Pero por encima de los cinco sentidos, sobresale Trieste por ser plurirreligiosa, multicultural y políglota. La primera ciudad Babel de Europa a donde llegaron italianos de toda la península, turcos, armenios, griegos, húngaros, rumanos, checos, alemanes, polacos, albaneses, serbios y bosnios. Multiétnica, con la variedad de procedencias, Trieste paso también a denominarse el no lugar, el nowhere del que la escritora Jan Morris, impenitente viajera, habla en su novela Trieste and the meaning of nowhere (2001). Trieste y el significado del no lugar recoge datos tan curiosos como que en 1999, el 70% de los italianos no sabía que Trieste pertenecía a su país. Dice el propio Magris sobre la exposición en el CCCB: “La Trieste creada por esta exposición no es tanto un lugar como la hipótesis, la nostalgia, la profecía, la ficción de un lugar”. O como dijera el dramaturgo vienés, Hermann Bahr, a principios del siglo XX: “Trieste es extraña, el paisaje es maravilloso, más bonito que Nápoles, pero no es una ciudad. Se tiene la impresión de no estar en ningún lugar. He tenido la sensación de estar suspendido en la irrealidad”.
La misma sensación que se puede tener viendo la Piazza dell’Unità, en la que un lado lo delimita el Adriático, y los otros tres, los edificios que conforman la plaza con vistas al mar más grande de Europa, y que recorre el escritor triestino Ítalo Svevo en La consciencia de Zeno. De origen húngaro de Transilvania y judío debía acudir a Inglaterra para abrir una nueva sucursal de la empresa de pinturas de recubrimiento naviero que su suegro poseía. A pesar de su pronunciación italiana defectuosa, lo que le preocupaba era tener que aprender inglés. Y a Joyce para poder seguir escribiendo, algún trabajo. El escritor irlandés enseñó ingles a Svevo, y el triestino, judío a Joyce. Joyce vivió más de quince años en la ciudad, fue expulsado por impago del alquiler de más de media docena de casas, pero pudo escribir el Ulises, basando la caracterización de su personaje principal, Leopold Bloom, en el director y fundador del diario Il Piccolo, Theodor Mayer.
Joyce, Svevo, Saba, Rilke retirado en el promontorio, después búnker del ejército nazi, del castillo de Duino donde escribió las dos primeras Elegías de Duino (Hiperión), el psicoanalista Weiss, o Boris Pahor, triestino de 1913, el único escritor superviviente a los campos de concentración que todavía vive, describe el horror en Necrópolis (Anagrama).
En el apartado dedicado en la exposición a los inmigrantes seculares, destaca Marisa Madieri, la esposa de Magris. Nacida en Fiume (Rijeka), dejó la ciudad istriana después de la Segunda Guerra Mundial para vivir en un campo de refugiados de la ciudad, la escritora fallecida en 1996 deja narrada en obras como Verde agua (Minúscula), la infancia en las tierras perdidas. Después de treinta y dos años de matrimonio y dos hijos, Magris describe la desaparición de su esposa como el acontecimiento que “mutiló en una parte esencial mi propia vida” y que volcó en la escritura de Así que usted comprenderá (Anagrama), una reinterpretación del mito de Orfeo y Eurídice, obra representada ya en teatro, y de la que ahora se estrena la película en una de las últimas salas de la exposición en el CCCB.
Al final de ver la exposición queda un tono subjetivo; un color, el azul. Podría ser el azul del Adriático, o el del Océano mar (Anagrama), sin embargo, el imborrable es el del caballo que, bajo los métodos del doctor Franco Basaglia, pintaron los miembros del hospital de psiquiátrico de Trieste. Un gran caballo azul de cartón piedra, ideado por los propios pacientes, en memoria de un caballito que repartía la ropa de cama en los pabellones del hospital, y que como el de Troya, bajó acompañado de enfermos, médicos, y voluntarios al centro de la ciudad el domingo 25 de marzo de 1973. Casi setenta años después de que llegarán Joyce y su mujer por primera vez a Trieste. Cosas que muestran escritores generosos como Magris.
Texto recogido en las páginas centrales del suplemento Artes & Letras del Heraldo de Aragón de fecha, jueves 12 de mayo del 2011.