MARINERO EN CIERNES
Me faltaban un par de palmos para que me reconocierais. Entonces estaba limitado, constreñido sin percibirlo. Tenía por bandera la ingenuidad del imberbe. La única fuente a la que podía acudir era la que manaba de la boca de mi progenitor. Recogía sus palabras en el mismo orden que me llegaban y trataba de reproducirlas fielmente en cualquier retazo de papel.
Sin saberlo, mi inocencia me llevaba a ser testaferro de la voluntad ajena. Tiempo después supe que a eso lo llamaban autómata. Menos mal que no llegué a comprenderlo en aquella época. No escribía, plasmaba en la hoja todo lo que tenía guardado en la cabeza. Zopenco de mí, evitando cualquier alteración que mi memoria provocase. Creía que si no era fiel a lo oído no tendría sentido lo escrito.
Cuando el tiempo hizo su papel empecé a percibir que había más campo del previsto. Fui tras su rastro para acabar en el mar. Todavía guardaba un atisbo de inocencia, por lo que no me tuvo en cuenta que lo nombrara en masculino. Al poco comprendí porqué es femenino. La mar acoge y expulsa, gobierna sin reinar. Como el relámpago que golpea tímpanos asimilé una de las primeras variantes que el mundo ofrecía a mi panorámica limitada. Y al reposar mi mirada al fondo de ella me inicié en el inabarcable mundo de dudar. Dudar en la mar, la primera regla de lo que no se puede hacer navegando. Así es la vida externa. La interna desde entonces recurre a ella para dudar mejor.
Y vaya si se adapta a sus vientos. Cuando el Mistral enfila por estribor sé que nacerá un nuevo personaje. Si el Garbí remolonea por popa ya imagino que trama cogerá cuerpo. Al llegar el Bora percibo el engaño en el que me he metido. Sólo cuando dejo de oír pantocazos sé que el Jugo me está dando el final de lo que tanto tiempo he dudado.
Al principio no era mas que un pelele en mano de ellos, conforme los fui tratando pude ver los infinitos recovecos que poseen. Y entre ellos vislumbré el tamaño de mi ignorancia. Mayor siempre que mi osadía, por fortuna para mis huesos marineros. Los mismos que a medida que aprendían a vivir con la mar dejaban de tener respeto a los vientos de la tierra, el humano recalcitrante. Ese que huele a quemado sin haber prendido fuego a nada de su pasado. Al que le gusta el salmón ahumado por doble motivo. Porque nunca ha comido un pescado de altamar. Y lo que es peor, porque al gustar ese sabor enjuto, inconscientemente, está reconociendo su condición de dominado.
Tenía el recuerdo de mis antecesores pero nunca más seguiría el rastro del hombre de tierra. Mi fabulación empezó a tomar formas cada vez más dúctiles y ya nunca arrié el velamen . Surqué cualquier registro con el respeto de quién sabe en que océano se encuentra para dejar en puerto a lo escrito a sabiendas de que sólo era mío. Ya todo condicionaba mi escritura, ya nadie modificaba mi orientación. Era dueño de mis historias, a veces inconscientemente, otras sabiendo lo que me jugaba. Como buen marinero no puedo ser tacaño con él, me metió en el agua de la que nunca querría salir.
Le debo mucho a Hugo Pratt, pero El Corto Maltés hace tiempo que dejó de buscar en mirada ajena su destino.
piero © todos los derechos reservados
5 comentarios
Asteroide b 612 -
doberka -
Besos
Edu -
mirada -
- Hugo Pratt -
Piero, consigues con este texto producir varias sensaciones, la confianza en el buen hacer, la seguridad de estar en el lugar acertado, una esperanza en firme.
Has conseguido afinar mis pensamientos.
Piero es un texto para llevar con uno siempre. Dejar caer el polen produce frutos...
Muchísimas gracias por compartirlo, por permitir que lo leamos y con ello disfrutar y reflexionar.
mapi -
un beso
la mer (maravillosa cancion)