—¿Ves la ciudad?
—¿Tendría que verla?
—Si miras al bies, igual no la encuentras...
—¿Y quién me asegura que está?
—Te lo acabo de decir.
—Creía que me lo habías preguntado, no afirmado.
—Pues con esa capacidad de deducción, no te sería difícil vivir en ella.
—¿Lo has deducido ahora?
—¿Cuándo es la última vez que no piensas al bies?
—Te diría que hace un mes, pero me dirías que la rima interna sobra, es obvia.
—Sigue afinando, no pierdes finura.
—No creas, es todo fachada, por eso las ciudades igual no me son tan extrañas.
—No, largura exterior no te falta, pero de la interior...
—¿Quieres decir que no sé?
—Quería decirte que, ¿cuál crees que es la mejor manera de llegar a una ciudad?
—No encuentro una respuesta clara, ni cerrada. Depende de dónde se llegue. Si voy a Venecia, por el mar, si llego a Cuenca por abajo, como a Toledo, pero si llego a Huesca solo podré hacerlo desde arriba.
—Te olvidas del espacio que todo lo puede.
—Te olvidas de la percepción, que para cualquier observador, su paso es su notario más fiel.
—Hilas fino, y en ello cargas en tu alforja a la razón, pero cuida que en tu mochila siempre pueden nacer agujeros por la que se vaya.
—Eso procuro, cuestionarla constantemente para mantenerla activa. Hay ciudades que parecen muertas hace más de siete misas, y es porque solo rezan por ellas, no miran a sus vecinas, y así les va. A veces son las que mirando al mar, dan la espalda a la tierra. Otras son las encantadas de ser nudo de comunicación, se ven imprescindibles, y luego están las que tiran de hemeroteca, que no paran de escarbar en las efemérides hasta que consiguen su jubilación inesperada. Estas suelen ser las peores, porque devolver la actividad al pensionado, eso sí que es más difícil que levantar a un muerto.
—Hablando de muertes y ciudades, ¿has estado en Venecia?
—No, ¿por qué?
—Porque siempre dicen que se está muriendo, o si el que lo dice es ácido, que solo le queda el responso, que es un cadáver expuesto.
—Expuesto, sería un buen calificativo para el susodicho. El problema de exponerse es saber guardar la trasera. Lleva un mundo y catorce misas Venecia muriéndose, pero sabiendo que un día lo hará, o sea, es consciente de su condición, supera en funerales a cualquier otra ciudad, que se cree eterna. ¿O Atenas y Roma no se creen superiores?
—Dieron lugar a civilizaciones, y con ellas a las ciudades.
—Ya, buscando el origen se cree que se llega a la raíz. Pero, ¿no existía ya para entonces Alejandría?
—Sí, y venía ya de largo, de más de veintiuna misas.
—Y sin el cristianismo, más ligera andaba.
—¿Dónde iría una ciudad?
—A conocer otras, a viajar, a ver mundo, porque no creo que se conformara con que los visitantes, y menos los turistas, le contarán como son. Las ciudades son muy observadoras, ven cuando todo duerme, gimen cuando la tocan, sonríen cuando las engalanan pero sobre todo acogen y esconden, son un gueto optimista.
—Sí, menudo gueto optimista fue Troya.
—Más de veintiocho misas la contemplan, sin tener religión.
—Entonces el ingenio no recurría a la ironía.
—Ya, quieres decir que Esquilo no la manejaba.
—Quiero decir que no era un arma del que ahora todos se sirven.
—Me hace gracia ese arranque de actualidad que te ha dado. Es muy humano pensar que la actualidad pesa, pero al tiempo lo veo tan ligero.
—Es cierto, lo saben bien las ciudades, que con aplomo resuelven lo que los urbanistas pretenden imponerles, eso sí que es actual.
—¿Y eso no es el festival contemporáneo de enero en Logroño?
—Sí, bingo, Logroño es una ciudad que ha respetado su estructura de la que guarda una calle alma como es la del Laurel.
—El que daban al general que entraba victorioso en Roma.
—O sea, el Laurel es eterno.
—Es eterno para el hombre lo que siempre guarda en su mente, pero las ciudades aun siendo obra suya le trascienden, como las ciudades invisibles que hace tiempo que no dependen de Calvino.
—Quieres decir que siendo hijas de la civilización, no le son deudoras, no necesitan de su mirada.
—No, pueden ser un icono, un recuerdo, una casa para el hombre, pero su única lucha es con la naturaleza. No necesitan medidores de misas, ni cálculos numéricos, ni aproximaciones de hombradas.
—Vamos, que no andan al bies...